Por Andrés
L. Mateo.
ATMÓSFERA
DIGITAL, SANTO DOMINGO.- Después de la muerte de Trujillo, las elecciones más
desiguales e inicuas que se han celebrado serán las del próximo 15 de mayo.
Cuando Jean Jacobo Rousseau escribió “El contrato social”, lo que hizo fue
sustituir el Edicto regio, las bulas y Cédulas reales; todo ese aparato
nobiliario en el que, por la gracia divina, se sustentaba el poder de la
nobleza.
Lo que Rousseau proclamó fue la ley como expresión de la voluntad del
contrato, marcando una mediación en lo referente a la interactuación entre
razón e historia. Todo eso que llamamos “Democracia” en la cultura occidental,
no es más que esa ilusión roussoniana, según la cual el Estado moderno es una
“representación” de todos los ciudadanos.
Para que
esto se cumpla la sociedad civil debe apartarse de sí misma en cuanto sociedad
civil, mediante un acto político que es una completa transustanciación. Dice
Rousseau: “Enajeno mi libertad para
participar en la soberanía”. De esta manera, el verdadero centro del contrato
social, es la fórmula de la soberanía de la voluntad general, que se realiza
mediante el voto. El pobre Rousseau creía que el voto era la expresión de una
voluntad no condicionada. Un sujeto sitiado por la miseria, la ignorancia o la
violencia estructural, no se puede decir que sea libre.
Ejercer el
derecho al voto, votar en las elecciones dominicanas no es un acto de la
voluntad libérrima del sujeto. Incluso en las elecciones de mayor nivel de
transparencia que ganó Juan Bosch en el año 1962, las mediaciones estructurales
influyeron y actuaron como mecanismo de secuestro de la voluntad. El uso de los
fondos públicos, la ignorancia, la miseria, la incertidumbre económica, la
corrupción y el despotismo, desnaturalizan la concepción roussoniana del acto de votar.
Pero la
asimetría de estas elecciones es única. El candidato presidente comenzó por
reventar a su propio correligionario. Leonel Fernández fue cercado, humillado,
atemorizado. La primera piedra contraria al espíritu democrático fue impedirle
a Leonel Fernández participar, y traer a Quirino, como el último ariete de la
intimidación.
Después,
desperdigó el núcleo duro de legisladores que apoyaban al exmandatario, y
compró sin ningún pudor la modificación constitucional que le permitiría
repostularse. Armó con los fondos
públicos un tinglado espectacular de corifeos provenientes del amplio mercado
de partidos y partiduchos cuya característica histórica ha sido depredar el
Estado.
Maneja casi
el 85% de los fondos que se dedican a la celebración de las elecciones, y
dispone a su antojo de los programas asistenciales del Estado, y del
presupuesto público. Además, el PLD es un partido cuya financiación es estatal.
28 mil dirigentes medios cobran en las nóminas públicas, prorrateados en
ministerios y direcciones generales. Y la inversión en promoción institucional,
y personal del candidato presidente, alcanza algo más de siete mil millones de
pesos.
Sólo en la
promoción de las “Visitas sorpresas” se han invertido más de dos mil millones.
Y para colmo, los árbitros del proceso son militantes del partido oficial, o
súcubos avispados que se han vendido al mejor postor. Tanto la Junta central
electoral, como el Tribunal superior electoral, predican “imparcialidad”
mostrando el trasero, y como el falso caballero, tienen el jubón descosido y se
les ven las nalgas.
No podemos
confundir el desencanto con la verdad. Cuanto he descrito se despliega todos
los días ante nuestros ojos. Las más desiguales y abusivas elecciones
nacionales en este país serán las del próximo 15 de mayo. El abuso de poder lo
ha colmado todo. Si este fuera un país de verdad, la moderación burguesa estuviera espantada,
porque esa ilusión roussoniana del voto imagen del ejercicio de la libertad
individual, sirve ahora como refugio de la corrupción y la impunidad más
descarada.
Si yo
tuviera tiempo y dinero me diera una vueltecita por Francia para echarme unos
párrafos con el combativo Rousseau, y hasta lo traería de vuelta al mundo de
los vivos; para que vea éste espectáculo, esta pantomima de la libertad, este
sudario de la gloria, este país diciendo madrigales a pesar de su miseria
ancestral y su despojo; estrenando en cada vuelta circular de la historia un
tirano celeste, un iluminado, un cínico frío anunciando su destino. ¡Oh,
Rousseau, amigo mío!
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