Por Andrés L. Mateo.
amateo@adm.unapec.edu.do
El PLD se definió a sí mismo como un dechado de virtudes, se empinó sobre
su gloria futura que era su causa verdadera, y desplegó el áspero placer del
resentimiento pequeñoburgués golpeando con un látigo pavoroso toda conducta
antiética.
Los peledeístas eran franciscanos, curas de clausura, carmelitas descalzos.
Tenían dos vidas y las dos falsas. Comenzamos a saberlo con el “Frente
patriótico”, en el 1996; de un partido de cuadros escogidos pasaron a conocer
todas las tentaciones del poder.
El Juan Bosch que levantaba de un lado la mano de Joaquín Balaguer, y del
otro la de Leonel Fernández; ignoraba, sin ningún dominio ya de sus facultades,
el ciclo de degradación que se abría. Bajo la superficie del pragmatismo, el
PLD desembocaba en la apología de la podredumbre.
Se transformaron en una maquinaria electoral, descubrieron que la
revolución no era posible, y navegaron con viento favorable, sin las
restricciones de lo concreto que impone un discurso moralista. Aprendieron a
manejar todos los tinglados de las instituciones públicas, utilizaron cuantos
recursos hay para manipular la voluntad individual, impusieron un discurso
hegemónico en los medios de comunicación, fraguaron el manto frío de la
impunidad, intimidaron a las cúpulas empresariales y a los poderes fácticos,
cooptaron artistas, intelectuales, historiadores, e incluso grupos de
izquierda; la corrupción configuró castas e hicieron de la justicia un teatro
bufo con esperpénticos jueces que no son más que políticos disfrazados con
togas y birretes. Y, finalmente, se embriagaron con el poder del dinero.
Las castas de privilegiados y enriquecidos dentro del PLD pautan todas las
decisiones que atañen al desenvolvimiento de la vida del país.
No hay nadie en la sociedad dominicana de hoy que no haya sentido y temido
ese clima de rebajamiento y de sumisión general; esa ráfaga de incredulidad en
la cual la ilusión peledeísta cuajaba en la corrupción de los ideales
liberacionistas (no olvidemos que decían ser un “Partido de liberación
dominicana”), para devenir en el más desencarnado proyecto de dominación
totalitaria.
Esas castas políticas que han obtenido grandes beneficios del poder en los
gobiernos del PLD constituyen hoy una amenaza a las débiles conquistas
democráticas de la nación.
Al danilismo no le importa la violación a los principios de respeto a la
Constitución, y el uso demencial del presupuesto para reelegirse; la casta del
Comité Político, nuevo club de millonarios al vapor, ni se inmuta ante el
deterioro galopante de las instituciones en el país.
Los beneficios económicos que la
estructura de castas le ha proporcionado a su dirigencia, ha originado que en
el PLD ya nadie sienta asco de ver los mismos esquemas de gobierno que
reproducen y ahondan las lacras históricas reiteradas de nuestras vicisitudes.
¡Es como si regresáramos al siglo XIX! El mismo control, las mismas
argucias de centralización de las reelecciones de Ulises Heureaux. Lilís era la
transgresión desordenada de todo el liberalismo del partido azul al
conservadurismo de los rojos, que culmina en la dictadura plena.
Las castas del PLD, concretada en la ambición de Danilo Medina, nos
conducen a una dictadura, cumplimentando todo el plano formal de una
democracia.
¡Que nadie se equivoque!
Lo que se ha abierto es un espacio dictatorial en el país. ¿Quién puede
creer que sean “libres” unas elecciones con esa Junta Central Electoral, con
ese Tribunal Electoral, con el peso específico del presupuesto del Estado, con
la sumisión del asistencialismo que domestica las masas, con la incertidumbre
existencial de la clase media, con una propaganda personalizada en la figura
del candidato reeleccionista de más de nueve mil millones de pesos, con los
ministros en campaña usando el presupuesto, con la compra de la “oposición” en
forma vulgar, con la corrupción desplegada anulando voluntades?
La configuración del dominio en el PLD es de castas enriquecidas que tienen
ya más de quince años saqueando el Estado, y harán lo que sea para mantenerse
en el poder, incluso la dictadura.
Ese “dechado de virtudes” que decían ser tiene hoy un absoluto desdén por
los valores, y en ellos el cinismo ocupa el lugar de la verdad. Juan Bosch es
apenas un cadáver perfumado en un armario. Las castas del poder, aman la
riqueza, la impunidad. El vivo retrato de que todo aquello en que decían creer
se ha desmoronado.
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