Por Andrés L. Mateo.
Estimado amigo Tony:
Nuestro tiempo vive en lo impensable. En la república
dominicana quienes nos dirigen están anegados en las cosas. Es poco frecuente,
por lo tanto, que un funcionario público de alto nivel, como tú, se empine en
un discurso ético. Leí tu carta a los
amigos de “Participación ciudadana” y recordé tantos sueños irrealizados,
tantas frustraciones.
Sobre todo, recordé a Juan Bosch, porque su concepción del
papel de la ética en la práctica política dominicana es para mí la espina
dorsal de su magisterio. Todas las consideraciones política que él produjo, y
su práctica de vida, estaban destinadas a sustentar una manera diferente de
hacer política.
Juan Bosch fue biógrafo de Eugenio María de Hostos, y el
destino los ha unido en la desgarrante
realidad de ser un pensamiento
ideal que se matrimonia con una práctica que lo niega. Desde la plataforma de
la moral social que Hostos pregonó en el país, sus encontronazos con la sórdida
actividad política y el partidarismo, no sólo son memorables desde el punto de
vista de las ideas que propone como sistema de regeneración ´posible de lo social, sino que alcanzó la estatura de un
martirologio el combate inútil del maestro, a quien se ve partir hacia Chile,
despavorido frente a las atrocidades de la dictadura de Ulises Heureaux.
Pero Hostos no tuvo un partido. Juan Bosch, en cambio, que
vive casi la misma decepción de la historia,
sí tuvo un partido labrado con destreza de filigrana, y cuidadosamente
volcado sobre sí mismo. Se gastó una papelería asombrosa teorizando respecto de
la construcción del partido, en un esfuerzo intelectual sin precedentes en la
historia política dominicana, y si algo
queda claro releyendo ahora el legajo de sus memorias es que su pretensión
esencial era darle una base ética a la práctica política en nuestro país. Y
además de configurar un eje transversal de la ética, toda la moraleja de sus
propuestas arribaba al gozoso escenario de ser un proyecto social.
Y es en este punto, amigo Tony, en el cual tu carta me
resulta asombrosa; porque cómo sacrificar en el altar del danilismo “la
experiencia de tantos años de lucha”, como si el danilismo fuera una idea, un
pensamiento, y no una práctica brutalmente clientelar y corrupta, antítesis
natural de lo que el bochismo significó.
El danilismo no es una idea, un pensamiento; antes al
contrario, después de la muerte de Trujillo no se conocía un régimen que fuera
tan claramente una transferencia del dominio político al dominio económico; un
gobierno de rentistas, cuyo único fin es la acumulación de capital. No hay nada más alejado a un pensamiento que
Danilo Medina, lo digo con sinceridad; porque su vida responde a la pragmática
del poder, sin ningún escrúpulo, sin ningún ideal.
Él es como decía Jorge Luis Borges hablando de lo que le
ocurrió al Conde Ugolino en el poema del Dante: “Dante no quiere que lo
pensemos, pero sí que lo sospechemos”. Danilo no cabe en un pensamiento ideal,
cabe más bien en una sospecha.
Es por ello, amigo Tony, que tu enojo con “Participación ciudadana” me parece más bien
la reversa de un político pragmático que dijo lo que dijo y luego se percató
del daño que le pudo haber hecho a su causa; y no la queja de un
exrevolucionario que pelea todavía en el territorio de la idealidad. Y mucho
menos encarna una “defensa de la pureza de los verdes”.
No hay sinceridad en ese “desvelo”. Con lo que significa el
danilismo de ceguera y finalmente de servidumbre pragmática es casi imposible
que así sea. Alguien que vivió el sarpullido revolucionario con tantos ímpetus,
siempre le queda algo de esa lucidez rebelde que lo consumía. El verdadero es
el otro, el negado.
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