ATMÓSFERA
DIGITAL, SANTO DOMINGO.- Cuando saltó a la palestra, su anciano líder lo
definió como un dechado de virtudes; y cuando tomó el poder se empinó sobre su
gloria futura que era su causa, y desplegó el áspero placer del resentimiento
pequeñoburgués golpeando con un látigo pavoroso toda conducta anti ética.
Los
peledeístas eran franciscanos, curas de clausura, carmelitas descalzos. Tenían
dos vidas y las dos eran falsas. Comenzamos a saberlo con el “Frente
Patriótico”, en el 1996; de un partido de cuadros escogidos pasaron a conocer
todas las tentaciones del poder.
El Juan Bosch que levantaba de un lado la mano
de Joaquín Balaguer, y del otro la de Leonel Fernández; ignoraba, sin ningún
dominio ya de sus facultades, el ciclo de degradación que se abría. Bajo la
superficie del pragmatismo, el PLD desembocaba en la apología de la
podredumbre.
Se
transformaron en una maquinaria electoral, descubrieron que la revolución no
era posible, y navegaron con viento favorable, sin las restricciones de lo
concreto que impone un discurso moralista.
Aprendieron
a manejar todos los tinglados de las instituciones públicas, utilizaron cuantos
recursos hay para manipular la voluntad individual, impusieron un discurso
hegemónico en los medios de comunicación, fraguaron el manto frío de la
impunidad, intimidaron a las cúpulas
empresariales y a los poderes fácticos, cooptaron artistas, intelectuales,
economistas, historiadores, e incluso grupos de “izquierda”; la corrupción
configuró castas e hicieron de la justicia un teatro bufo con esperpénticos
jueces que no son más que políticos con togas y birretes.
Y,
finalmente, se embriagaron con el poder del dinero. Las castas de privilegiados
dentro del PLD pautaban todas las decisiones que atañen al desenvolvimiento de
la vida del país, mientras se enriquecían de manera obscena.
Todo ocurría
desde dentro del PLD. La casta leonelista se estructuró dentro del aparato del
estado, y configuró fortunas de dimensiones inimaginables.
Se desbordó
al sector de los combustibles, al capital financiero, a los medios de
comunicación, a la construcción, etc. Y
usó el Estado como fuente de acumulación originaria.
Cuando Danilo medina proclamó: “Me derrotó el
Estado”, era a eso a lo que se refería.
Y él mismo,
atrincherado en su proyecto político, recurriría a grupos económicos que le
permitirían sobrevivir a la embestida del Estado.
El triunfo
de Danilo Medina fue también el triunfo de un grupo económico que vino desde
fuera del PLD, y financió el proyecto.
Una vez en
el poder, se formó una casta opuesta a la que el leonelismo había generado.
Mientras la
casta político-económica del leonelismo se formó dentro, la de Danilo Medina
vino de afuera.
Es por ello
que figuras como José Ramón Peralta, o Gonzalo Castillo, pasan a un primer
plano político sin ser grandes dirigentes, aunque sí sostenedores económicos
del proyecto danilista.
Y es por eso, también, que fueron ellos los
iniciadores del primer impulso reeleccionista, y no el PLD como estructura
partidaria.
Fortalecidos
ahora por la reelección lo que se vislumbra es la aniquilación de una casta por
otra. Al danilismo como expresión de casta no le importa la violencia a los
principios de respeto a la constitución, ni a los viejos cuadros del PLD
tampoco.
Los beneficios económicos que la estructura de
castas le ha proporcionado a su dirigencia, ha originado que en el PLD ya nadie
sienta asco de ver los mismos esquemas de gobierno que reproducen y ahondan las
lacras históricas reiteradas de nuestras vicisitudes. Lo que está ocurriendo
dentro del PLD es que las castas se mueven.
La
configuración del dominio en el PLD es de castas enriquecidas que tienen ya más
de quince años saqueando el Estado, y ahora una casta hegemónica desplazará de
manera total a la otra.
Leonel Fernández cree que basta con blindar la
constitución, o de arrancarle a la voracidad del danilismo posiciones
decorativas en el aparato del estado; pero la casta político-económica del
danilismo no tiene límites, y apostará a la destrucción total.
El resultado concreto de la reelección es,
pues, la hegemonía del danilismo, y el
fortalecimiento de la casta económica que invirtió en su proyecto político.
Si hay algo
claro en el dominio del danilismo es que no significa un proyecto social, y
como el leonelismo tampoco, el salto de una casta a otra es tan solo la
continuidad de un modelo. Volveré sobre este tema, porque gravitará sin remedio
sobre todo el país.
Por Andrés
L. Mateo
El Autor es
escritor, poeta y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
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